miércoles, 17 de junio de 2009

Conversación telefónica con el miedo...

Dí las últimas instrucciones. Los queridos prepos juegan en la lluvia a la puerta del salón sin hacer mucho caso de mis palabras. Tomo el maletín y apenas este estuvo cruzado desde el hombro izquierdo escucho una tonada familiar, "la pantera rosa" de Mancini, apresuro la mano al celular, veo la pantalla: "Número privado"... Contesto y...

¿Quién puede estar preparado para recibir una amenaza de muerte? ¿Quién puede estar preparado para amenazar de muerte? Hace más de una hora que corte la llamada y aun escucho la voz grave, pausada y con sonsonete de rancho en mi cabeza... El corazón dando tumbos en el pecho, desesperado, como si la sangre se estuviera acabando.

Llego a la casa con corazón de maratonista y piernas de un infante que acaba de descubrir que puede caminar, veo la servilleta, un recado de mi señor padre anunciando que el susodicho de la llamada me buscaba -ingeniudad fatal-. Sólo que el epíteto cambia, ya no es "Comandante" como me lo hizo saber a mí, sino "Licenciado" como se lo hizo saber a mi progenitor.

Comienzo a conjeturar... No sabe nada de mí, sólo mi nombre y mi teléfono (y que soy maestro. ¡Idiota! ¿Por qué lo dije?) cosas no difíciles de averiguar con una guía telefónica. Pero pensar que está ahí, con mi teléfono en alguna libreta llena de teléfonos y anotaciones sobre los que contestan ingenuamente las llamadas...

Lo pienso, lo pienso... En términos frios la estrategia se cae por sí sola, la conversación tiene enormes lagunas que impiden la conexión de un comentario a otro, los documentos, las fotos, las cuentas de banco, son cosas ambiguas, sólo las mencionan, no tienen certezas sólo suposiciones... Entonces, ¿Por qué no me dí cuenta?

Porque esas lagunas estan desbordandose de miedo, y como un impulso eléctrico hace que la conexión entre un comentario y otro tengan sentido, que uno haga mil relaciones -sin sentido- que hacen que el relato de aquel sea verosimil.

Tal vez Hume tenía razón: "El hombre es el lobo del hombre" y es lo único que sé. Era la voz de un hombre, no tiene rostro, no tiene identidad, sólo una voz en el auricular grave, pausada y con sonsonete de rancho que pretende devorarme a mordidas de miedo y masticadas de terror. Y es que el más primitivo miedo es a aquello que no conocemos, que no es posible aprehenderlo o domesticarlo -y las malditas influenzas, también- y la imaginación vuela, en cualquier momento volvera a sonar el teléfono y volveran con lo mismo, con su doctrina del miedo, hasta que algún incauto diga algo que no debía decir y entonces el lobo habrá detectado a su presa.

Sólo encuentro una explicación a todo esto. La voz del otro lado del auricular... esa es la voz del miedo.

3 comentarios:

Roberto Cruz Arzabal dijo...

Puf, qué puta historia, hermano. En estos días, a pesar de la luz que me rodea, que me la paso leyendo poemas hermosos, que puedo escuchar algunas de las cosas más grandes jamás escritas y grabadas, me asalta de pronto la angustía algunas veces, otras tantas la melancolía, negra como la bilis que la produce, el asco y el cansancio ante el mundo que se muestra no en su estar-ahí, o quizá sí, quizá este revoltijo de carne con madera sea lo que tenemos para estar-en-él. De todos modos, calma. Los lobos seguirán su camino, esperemos no tener que encontrarlos.
¿Te he contado cuando a mi abuelita le quisieron hacer algo así? Es una buena historia, muy buena, casi inverosímil.
Abrazos, mucha paz, y como dice Sicilia, fuerza y gozo.

Areli dijo...

Ooooohhh Carlos, qué historia taaan lamentable!!! Lo siento mucho, mucho. Lo que más me conmueve de tu narración es la parte de "quién está preparado para hacer una amenaza de muerte?". Entiendo que debe ser algo muuuy, muy fuerte. cuando uno se efrenta ante cosas que son terribles porque desconfías, el mejor ejercicio es confiar. Confía en todas las personas que te queremos. Y se irá pasando el miedo.
Ojalá pronto nos podamos echar unas chelas para superar el trago amargo.
Un abrazo fortísimo!!

Ireneo Morris dijo...

terrible. lo lamentamos todos profundamente pollo. y todos mandamos el más grande de los abrazos