Hace muchos años que lo conocí. Durante ese tiempo yo jugaba futbol como loco sin paga y leía como aficionado sin paga. Las cosas han cambiado, ya me pagan (no muy bien que digamos) por leer, aunque me sigo considerando un aficionado, nunca le encontrare ese sentido totalizador y englobante de la vida a la literatura; pero de futbol, nada. Ni juego, ni veo y pocas son las ocasiones en que surge una conversación de futbol no sin cierta dosis de alcohol para envalentonar a los futboleros de closet o los falsos intelectuales. Sólo, a veces, tomo ese libro y me emocionó con las letras que desbordan como el lateral izquierdo más rápido que haya existido. Yo lo quería comprar, lo juro, y para lo único que me alcanzó fue para tenerlo de prestado… Ustedes dirán - ¿Pero qué no te pagan para eso? ¿Para tener libros?
Y sin poder evitarlo echo una mirada a ninguna parte, esbozo un suspiro de jugador después de ganar en tiempo extra y digo, con la mayor desfachatez: - Lo he comprado unas cinco o seis veces.
Cada vez que me llama una librería y acudo como marino extasiado al canto de una sirena (con el riesgo de naufragar la billetera) y lo encuentro, me resulta casi imposible no comprarlo aunque cueste no llegar a fin de mes (que tampoco es tan caro, realmente). El problema es que siempre que al fin lo poseo encuentro un delantero frustrado, un mediocampista perdido, un defensa temeroso, un portero goleado, un entrenador confundido o un aficionado desencantado y sé que ese libro tiene que llegar a más manos, a las manos de los que no fueron, de los desposeídos del amor de ella, la redonda, la amante caprichosa que es la pelota.
Entonces me siento ese diez que nunca fui, mandando pases del libro que llega a mí y que distribuyo jugando fácil, a dos toques: recibo y paso. A veces con sobriedad y mucha etiqueta como Francescoli, o como Simeone, a golpe y porrazo; alguna vez como un Beckham o un Cristiano Ronaldo, con comercial y todo; o con precisión quirúrgica y potencia de vólido de formula 1 como Beckenbauer; otras con mucha gambeta, como Garrincha y otras más (afortunadamente las más) como el niño en la calle o el parque trastabillando de la risa y dando el libro por darlo.
Y ya van varios goles anotados en este partido por todo tipo de grandes jugadores, todos de gran clase. La constante, la que en todos los partidos da el cien y aún se atreve, en el último minuto, de hacer un pique de cincuenta metros para rematar con la cabeza, como sólo ella sabe hacerlo (Karla, La puchunga, Urbano); el veterano brillante, pero que ya pocas veces la hace de titular por los años dando y recibiendo patadas (El Tio, Gutierrez); Ese nueve carismático que se mueve como delfín por toda la cancha pero ahora ausente por sendas lesiones, de las que deseo pronto se recupere y regrese a la actividad, fuerza camarada (El camarada Daniel); ese otro, la estrella de antaño, que cambió de camiseta y ahora juega para otro club, (El Tata, Zermeño); la nueva contratación, ojala renueve contrato hasta el retiro porque promete, y mucho (La amigui, Paulina Vaca); otra joven promesa que esta a punto de entrar de refresco, listo para recibir el pase a gol (Mario Uraga, este aún no tiene apodo); y finalmente, ese otro grande, el más grande diría yo, el compañero de toda la vida y de todos los partidos, el que la hizo individual, cual Maradona, para meter su gol y a la siguiente jugada me dio el pase para que metiera el mío (Francisco Pancho González).
Aunque uno no sabe si el partido esta empezando, al medio tiempo o anda uno acalambrado en la prorroga, sabe que ha dado los pases para gol, como a mi me dieron el pase y anote un gol de antología, con chanfle, de campana y a la horquilla. Y esos goles tienen un sabor especial, no como los de ganar un campeonato, que son goles eufóricos y siempre precedidos de un buen funcionamiento; sino como los goles en un clásico después de una mala temporada o como los goles del equipo pequeño que se salva del descenso en el último partido de la temporada. Son de esos goles que liberan la tensión, que te hacen llorar por conseguir algo que pensabas perdido y te dan la alegría de saber que tendrás nuevas oportunidades para hacerla.
Mientras se toma uno un respiro cuando la pelota está allá, lejos, y pienso en el libro aquel, el de pasta naranja y letras azules que creo nunca lo tendré (aunque seguramente la próxima vez lo retendré un poco para caracolear en sus páginas), porque poseer un libro como este es como el jugador que nunca suelta el pase, siempre termina abucheado, perdiendo la bola y en el suelo. E imagino los siguientes pases de ese libro, el del uruguayo, ese que se llama…
Voy a la librería para ver si aún se puede dar otro pase.