sábado, 26 de marzo de 2011

Rita y La nausea...

A riesgo de dar el viejazo y partiendo del entendido de que uno no puede contemplar todas las expresiones de cualquier ser humano, hubo algo que me llamó la atención al momento en que se hacia una serie de homenajes a "la generala" Rita Guerrero y a Santa Sabina.
Fui gran fan de la Santa, sus primeros discos, principalmente el primero primerísimo, y que perdiera para saldar una deuda por un disco robado de los héroes del silencio que me habían prestado. Muchas rolas han pasado desde entonces, y los trayectos han sufrido desviaciones -al cono sur, sobre todo- pero al final parece que siempre existe ese punto inicial, el del eterno retorno, donde la música se reveló ante nuestros ojos con absoluta inocencia, con fuerza absoluta como el sonido absoluto... Caifanes, Santa Sabina, La Maldita, Los Tacvbos, La Cuca, Los Autenticos, Los Cadillacs, Soda -un poco menos-, Los enanitos, Los Héroes, y una larga cadena de etcéteras de canciones y grupos... Todos ellos se presentaban como esa encarnación de lo inexpresable y lo inexplicable de las ideas adolescentes encarnadas en sonido. Después, los nuevos gustos ya van acompañados de contaminaciones de status, de creencias, de cierta predisposición al no-sorprenderse; acompañados de la comparación y con esto del juicio o el prejuicio.
Todo esto viene a colación por algo que detectaba en el tiempo de las mocedades y que en lo poco que escucho la música de hoy, en el proceso de perderse para encontrar un nuevo sonido que renueve el estremecimiento, pienso en los encuentros de segundo orden en esos que uno encontraba en la música y se referían a otro orden de artes y expresiones. Me parece -tal vez estoy dando el viejazo- que la música, más específicamente el llamado rock hispanoamericano, ha dejado de lado una de las vertientes más importantes y definitivas de una banda -para comprenderla, para detectar sus raíces, sus filias, las comuniones y excomuniones- que permite establecer un pacto más íntimo con el escucha: el homenaje.
El homenaje tiene una variante que a mi en lo particular me parece de las más autenticas, aquellos homenajes que trascienden el objeto estético en sí para profundizar en la experiencia estética, en la catarsis y la anagnorisis. Más allá de ciertos motivos o rasgos que puedan acercar a una banda a otra en el mismo código de expresión (Caifanes y The Cure, Los cadillacs y The Clash) me refiero a las catarsis de obras específicas que provocan nuevas obras, en otros códigos y que establecen un puente entre distintas disciplinas como en el caso de la literatura y la música.
Uno de los casos que más me ha llamado la atención y que me fascinó por varios años y que después cuando encontré la conexión entre ambas entendí aun más que me quiso decir Rita y la Santa en sus discos y canciones, y sobre todo qué de ellos radicaba en mi y causaba, de algún modo, la comunión con la agrupación mexicana y el literato francés. Les dejo la canción que junto con "Las batallas" de los tacvbos, "Pedro Navajas" del maestro Blades y todo el disco de "Rey azúcar" de los cadillacs, representan no sólo el espíritu creador sino las creaciones que estimulan este espíritu; y que tal parece que dicha actividad se ha extinguido en pos de temáticas maniqueas en la música actual. Sin más preámbulo "Labios mojados" de Santa Sabina, basada en textos de "La nausea" de Jean-Paul Sartre. Estupenda lectura sonora de uno de los pasajes más desoladores y agrestes del libro del existencialista y una gran canción que resignifica el espíritu del abdicante al nobel.



Ciao, Rita. El creador se va pero nos quedan sus creaciones... Y tu voz retumbara en recuerdos.

miércoles, 26 de enero de 2011

La lucha sigue!!!

Samuel Ruiz celebra el funeral masivo de los asesinados en la matanza de Acteal.
Caminó las sierras y las veredas, caminó selvas y ciudades encantado por los rostros, las tristezas, las fiestas de aquellos sin-alma de siglos. Luchó en el campo, en los pueblos, en las mesas de debate y siempre en la iglesia, otrora el templo de los marginados, el revivía en ese templo las ideas de Fray Bartolome de las Casas, de Mariátegui, de Juan Pablo I. Siempre entendió que los textos bíblicos existían para algo más que para contar y castigar, estaban para concertar, para interpretar el presente. Rompió con el dogma, desde la sierra, llevó a la práctica el sermón de la montaña: "bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados." Vio en las manos llagadas y en los pies callosos a tantos y tantos hermanos sumidos en la injusticia que les enseño el camino de la saciedad.
Don Samuel Ruiz se fue, dejó este mundo para seguir luchando en el otro, por hombres como él suplico que exista el cielo, pocos como él lo merecen. Fuera de la política, del levantamiento armado, del conflicto religioso, el hombre que siguió su camino, el propio camino, el del respeto y la tolerancia desde la religión para que el transito por este mundo sea justo y equitativo.
Bien decía un cartel en la plaza de la revolución después del levantamiento Sandinista: "Entre cristianismo y revolución, no hay contradicción."